El verano está a punto de irrumpir en nuestras vidas y el salmorejo de remolacha es una de esas recetas que llegado el momento, se convierten en piloto automático y la hago hasta aburrirme (y aburrir a los demás). Confieso que cada vez la preparo de una manera distinta, en realidad, cada día soy más anárquica en la cocina, es un acto de insurrección que me permito en estos tiempos que corren.
Salmorejos hay de todos colores y texturas (por ejemplo gazpacho de cerezas y albahaca), si eres de los que prefiere la receta tradicional, también está bien, pero entonces olvídate de ésta, que es bastante más dulce y con una textura algo distinta. Pero el sabor terroso de la remolacha bien fría, combinado con el crujiente de semillas, y el inexcusable toque de vinagre que te conecta con la esencia del gazpacho, es una sugerencia nada desdeñable.
Creo que la insistencia en educación nutricional no es tan efectiva como la invitación a la reflexión a través de la persuasión y la argumentación.
La fibra prebiótica de la remolacha es un excelente sustrato para las bacterias de nuestro intestino, la ya afamada microbiota intestinal. Gracias a este tipo de fibra, conseguimos que un tipo de bacterias proliferen frente a las patógenas. Tenemos pocas certezas en nutrición y nos pasamos la vida desmintiendo aquello que dijimos tiempo atrás. Veis, también aquí sería muy necesaria la insurrección, y dar carpetazo de una vez a tantas tonterías que en nombre de la nutrición se han dicho en las últimas décadas.
Pero en el caso concreto de la microbiota, intuyo que hemos abierto una senda investigadora que ya no tiene vuelta atrás y cambiará por completo lo que entendíamos por salud y nutrición.
Así que hacer lo posible por nutrirla bien y buscar ese equilibrio en el ecosistema bacteriano, igual no es tan mal opción.
INGREDIENTES
ELABORACIÓN
Si las remolachas ya están cocidas, sólo tendrás que meterlas en el vaso de batidora junto con el resto de hortalizas, el puñado de pipas de calabaza, el vinagre de manzana, una cucharadita pequeña de comino molido y sal al gusto.
NOTAS IMPORTANTES:
Añade el aceite de oliva para el final, mientras estás batiendo para que emulsione y la textura final sea mucho más cremosa. Yo añadí por lo menos 2 dedos de un vaso.
El puñado de pipas de calabaza hace que la textura sea más untuosa.
Dejar reposar en la nevera al menos media hora antes de comer.
Para servir, añade un buen puñado de semillas y pipas de calabaza, y cómelo muy frío.
Esta receta originalmente iba a ser elaborada con masa madre. Me levanté una mañana apacible de fin de semana, de ésas en las que lo tienes muy claro, y sin ni siquiera tomar café, me lancé directamente a preparar la masa madre.
Durante varios días estuve fermentándola en casa, y quizás por el calor sahariano en el que me encontraba en esos momentos en mi querida Sevilla, la masa madre fue todo un fracaso, y por más que me dolió, acabé desechándola. Así es la cocina, una escuela de paciencia, donde también aprendes a sobrellevar el arte de la frustración. No pensaba rendirme de todos modos, así que decidí comprar levadura fresca de panadero, y luego por mi parte dejar fermentar la masa todo el tiempo del mundo.
El resultado son unos molletes de miga densa, con el toque ácido de la fermentación y el agradable tostado de la nuez (el crujiente de la nuez horneada es un punto a tener muy en cuenta).
He de decir que la calidad de la harina también es fundamental para conseguir un buen resultado. Yo he utilizado harina ecológica de muy buena calidad.
Para aquellos que no sean excesivamente fan de la remolacha, no seais reticentes, recomiendo encarecidamente que prueben este pan, porque la remolacha paradójicamente no es la protagonista, sino la combinación de sabores, que le regala un resultado de lo más original.
INGREDIENTES (para unos 12-14 molletitos)
ELABORACIÓN
Hervir el agua, y a continuación añadir la remolacha cocida, la mostaza y el aceite de oliva. Acto seguido, tritúralo con la batidora hasta convertirlo en un puré.
CONSEJO: Mejor no añadas toda la cantidad de agua en la cocción, resérvate unos 75 ml que te servirán como comodín luego, a la hora de mezclar con la harina de fuerza.
En un recipiente bastante grande, mezcla la harina de espelta con el azúcar, sal y la levadura fresca previamente desleída en unas gotitas de agua. Añade el puré templado de remolacha y mezcla todo bien.
A partir de aquí, empieza a añadir la harina de fuerza. Al principio verás que no se convierte inmediatamente en una masa fácil, sino más bien húmeda. Ten paciencia, la remolacha hace que esta masa requiera más harina. No dejes de amasar con las manos (si al principio es muy húmeda, con una pala de silicona), para que vaya adquiriendo consistencia.
Juega con las cantidades de agua y harina de fuerza, porque hay muchos factores que intervendrán finalmente en que la masa no se te pegue a las manos (entre ellos la temperatura y humedad del sitio en el que te encuentres. En mi caso, como os digo, ese día fue una mezcla de calor húmedo desesperante, que casi me hizo tirar la toalla, pero lo conseguí).
Añade tomillo y algunas semillas (sésamo negro, o chía por ejemplo).
Continúa amasando con las manos durante bastante rato, haciendo dobleces, superponiéndolos, abriendo la masa, agrandándola... juega con ella. Una vez tengas la masa lista (esto lo sabrás porque puedes amasar con tus manos sin que la masa se te quede pegada en ellas), déjala dentro del recipiente y cubre con un paño húmedo y templado, en un lugar fresco y alejado del sol, olores y otros productos que pudieran estar fermentando.
Deja reposar la masa durante al menos 3 horas. La masa debe aumentar radicalmente de tamaño. Si tienes tiempo, lo ideal es que la dejes fermentando al menos 6 horas.
La fermentación permite dar volumen y fuerza a la masa, y también la esponjosidad final. Además, cuanto más tiempo fermente, mejor será la digestibilidad del gluten, y mayor la diversidad bacteriana que aportemos a nuestra microbiota. Un regalito que nunca le viene mal a nuestro intestino.
Una vez pasado el tiempo, coge pequeñas bolas de masa y aplasta ligeramente, para conseguir un pequeño molletito (no aplastes mucho, sólo unos toquecitos). Colócalos sobre la bandeja de horno previamente forrada con papel vegetal. Coloca una nuez sobre cada molletito. Vuelve a tapar con un paño y dejar reposar de 30 a 60 minutos.
Espolvorea un poco de harina sobre cada mollete y hornea en el horno precalentado durante unos 30-35 minutos a 180 grados.
CONSEJO: Este pan funciona fenomenal en una combinación de queso feta, miel y tomillo, aunque lo mejor es dejarte llevar por tu propio instinto y a ver qué surge. Me encantará que me lo cuentes e impregnarme de nuevas ideas