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Elementos filtrados por fecha: Junio 2022

Setenta y tantos años acompañaban a esos espíritus libres. Calzaban botas de montaña, lucían melenas blancas y mostraban apetito sin remilgos, algo que por cierto, me produce mucha felicidad al observarlo.

La impresión que recibí de ellas me inspira y le da sentido a muchos de mis pensamientos sobre cómo quiero vivir esta vida. Me hace pensar en el libro de Anna Freixas “Yo, vieja”, y me resulta de lo más necesario redefinir el concepto. Desde luego, estas danesas lo eran. Definitivamente, si llego a vieja, quiero hacerlo como aquellas del café Fleuri de Odense. Me van a disculpar aquellos amantes de ese pueblo, pero mi mejor recuerdo no fue la casita museo del buen Hans Christian Andersen, ese escritor de cuentos infantiles que nos marcaron a varias generaciones como El patito feo, La sirenita y El soldadito de plomo; mi mejor recuerdo se sitúa en un patio maravilloso de aire decimonónico francés, donde estas señoras se comían unos gigantes bocadillos preparados con amor y elegancia. Aquí todo es así. Y también café, mucho café, sobre todo café.

Dinamarca es el tercer consumidor de café en el mundo, después de Finlandia y Suecia. Se consumen unos 20 millones de tazas al día, así que se podría decir que de media cada danés se toma cuatro cafelazos al día.

En este país llueve casi todo el año, y el café, además de su función estimulante, es considerado un elemento más del concepto danés de hygge, que dentro de sus numerosas definiciones y traducciones, implica ahuyentar los problemas y la confusión del mundo exterior y tratar de conseguir un estado de ánimo íntimo y cálido. En este sentido, pienso que no es tanto una chorrada de marketing sino una realidad palpable. Y unido al gustazo de la decoración e interiorismo nórdicos, en las casas, los bares, los cines… te envuelve una sensación agradable de acogimiento, te sientes bien.

Me llama la atención que sea un estado confesional cuya religión oficial es el cristianismo de tipo protestante-luterano. Casi el 90% de la población danesa es creyente. El único país del mundo en albergar en un mismo recinto a los tres poderes del Estado (Ejecutivo, Legislativo y Judicial). De ahí que la iglesia esté controlada por el Estado. 

Racismo, xenofobia e inmigración son temas candentes también. El portavoz para temas de inmigración del Partido Socialdemócrata decía literalmente: "Si pides asilo en Dinamarca, sabes que serás enviado a un país fuera de Europa. Por tanto, esperamos que la gente deje de pedir asilo en Dinamarca".

Estas son algunos apuntes que tenía antes de hacer este viaje. También me contaban que éste no es un país especialmente atractivo en su estética, no tiene grandes montañas ni arquitecturas, que lo que quizás pueda atrapar de este lugar es la gente, su amabilidad y hospitalidad.

Así que con todo ello, decidí pedalear Copenhague y recorrer en coche la península de Jutlandia, atravesando varias islas y ver qué se come por estos lugares. Era lo mejor que se me ocurrió hacer. 

Copenhague se encuentra en la isla de Sjælland, la mayor del país. Es una ciudad civilizada, profundamente urbana. Existen contrastes burgueses (un lujo delicado sin horteradas, pero apto para muy pocos bolsillos) y underground, en función del barrio en el que te mueves. Pero hasta lo más alternativo es cuidado, al menos en lo que a mí me dio tiempo a ver, en el antro más antro hay papel en el baño ¡y agua caliente en el lavabo!

La gama de colores te atrapa en cada edificio, los bares (todos, sin excepción), desprenden ese encanto especial, los interiores de todos ellos están hechos para que te olvides del frío y la hostilidad del mundo exterior. Las terrazas siempre con sus bombillas de colores y cada camarero con el que te topas, tiene una sonrisa preparada para ti.

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Dicen que Dinamarca es una península con vocación de isla. Sólo tienes que recorrer unos cuantos kilómetros para constatar que éste es un país descaradamente llano, el punto más alto sobre el nivel del mar son 170m. Me pregunto si Jacques Brel no se dio un paseíto por estas tierras antes de escribir su canción Le plat pays. En nuestro road trip hacia el oeste, pasando por la isla de Fyn. Cruzamos uno de esos puentes gigantes escandinavos que atraviesan islas, hasta llegar a Ribe. El paisaje de la carretera y por tanto el entusiasmo, cambió a partir del Middelfart. Da la sensación de adentrarse en aquellos paisajes de cuentos, con granjas, campos de cultivo infinitos y mujeres con trenzas, vestidos y delantales.

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Me encanta el olor a estiércol. Sí. Me recuerda al norte, a da igual qué norte del mundo, me evoca aquellos campamentos de verano por Asturias y Galicia, en los que siempre el cielo estaba gris con esa neblina que lo convierte todo en misterioso, había una mezcla de olores a hierba recién cortada y boñigas de vacas. Me hace sentir bien este recuerdo. Creo que quizás por eso el sabor fuerte a animal, ya de sea de un queso o de la propia leche de cabra, me seduce poderosamente.

Aquí los campos de cultivo son aprovechados hasta el último rincón, y los de colza nos acompañaron durante el viaje. Un amarillo intenso que cubría cientos de kilómetros impactaba sobre nuestras retinas. Pocas casas, alguna de vez en cuando, y luego de nuevo esa soledad.

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El primer destino al que nos dirigimos era los humedales del Parque Nacional del Mar de Wadden. El silencio majestuoso y el infinito paisaje que se prolonga ante tus ojos lo convierten en uno de los momentos más especiales del viaje. Soledad absoluta. Miles de aves migran desde aquí rumbo a África, haciendo parada en Doñana. Esta parte de mundo es especial, prácticamente ningún ser humano a nuestro alrededor, aislados. La península de Jutlandia esconde secretos de una belleza insoslayable.

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He sentido mucha nostalgia de las autocaravanas que llegaban a los humedales.

El CINE merece un capítulo aparte. La industria cinematográfica danesa forma parte de un ecosistema privilegiado y raro en el resto del Europa, donde el presupuesto para producir y desarrollar películas es mayor que el personal del que se dispone para llevarlo a cabo. Vamos, que buscan gente, por si alguien está interesado.

Algunas experiencias bonitas en Copenhague fueron por ejemplo ir al cine en el Grand Teatret (uno de los cines más antiguos, VOS) para ver Les Intranquilles (Joachim Lafosse, 2021), o pasear por el barrio de Vesterbro y encontrar el Café Biografen Vester Vov Vov, el Art Cinéma más antiguo de la ciudad, donde se ven en pequeñas salas proyecciones de películas menos comerciales.

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Y como colofón, nos adentramos como el mosquito a la luz morada en la Cinemateket (Danish Film Institut), rodeada de carteles de pelis que por un momento me hicieron explosionar de felicidad, sin faltar Babettes gæstebud (El festín de Babette. Gabriel Axel, 1987), Festen (Celebración. Thomas Vinterberg, 1998), Dancer in the dark (Lars Von Trier 2000), Hævnen (En un mundo mejor. Susanne Bier, 2010), Jagten (La caza. Thomas Vinterberg, 2012), y una lista interminable de obras imprescindibles.

La GASTRONOMÍA danesa tiene aportaciones de la cocina francesa, (el idioma y la cultura franceses han dejado huella aquí), y también de Italia. Y la cocina tradicional, la que se encuentra en muchos pueblos y en definitiva pertenece al acervo popular, es similar a la de otros países escandinavos y Alemania.

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No sé por qué no compré esas danske småkager, aquellas latas azules que todos hemos tenido en casa durante nuestra infancia, que guardaban bobinas de hilo en vez de galletas de mantequilla, algunas con granitos de sal, otras más delicadas que se deshacían casi en la boca... Esas latas han marcado la infancia de casi cualquier ser humano de unas cuantas generaciones. Como el soldadito de plomo.

El wienerbrod (pan de Viena) es un dulce tradicional que ha sido comercializado a nivel internacional. Los ingredientes son los básicos harina, levadura, leche, huevos, y cantidades generosas de mantequilla (a veces se añade cardamomo a la pasta) y el resultado es una masa horneada que recuerda a la boulangerie française. Me levanté un domingo más temprano de lo necesario por un sol imprudente, y me lancé a la calle en busca de pan de centeno todavía caliente y unos kanelsnegle, esos rollitos de canela hechos de una masa enrollada con mucha mantequilla. 

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Al igual que en Finlandia hacen esos emparedados de pan de centeno con arenques marinados del Báltico, crema agria, huevo duro y cebollino, y algo casi idéntico tienen en Estonia, el Kiluvoileib, en Dinamarca es muy habitual comer algún plato frío (koldt bord) compuesto de smorrebrod (que significa literalmente, pan con mantequilla). Así que estamos nuevamente ante rebanadas de rugbrød (pan de centeno) acompañadas de sild (arenque en múltiples formatos), karrysild (arenque en salsa de curry), camarones, o leverpostej (paté de hígado). Su origen se remonta al siglo XIX, con los almuerzos que los trabajadores agrícolas se llevaban al campo.

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Si quieres salirte de la opción de los smørrebrød, también puedes probar los frikadeller (albóndigas de carne), fiskefrikadeller (de pescado) o adentrarte en el infinito mundo de los pescados marinados, especialmente arenques, bacalao, salmón, caballa y anguilas. Pepinillos encurtidos, salsa de rábano picante y remolachas, también son buenos acompañantes. El cerdo y la panceta también se utilizan bastante, también en diferentes clases de embutidos para, una vez más, poner sobre el panecito de centeno.

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Buenos quesos, pero menos variados de lo que esperaba. No muy duros, no muy curados, pero de sabores intensos. Como ejemplo internacional, el Havartis.

La proliferación a nivel mundial de macrogranjas porcinas por cierto está generando graves conflictos medioambientales, ecológicos y políticos, y se ha convertido desde hace años en un problema en Dinamarca

Sea como sea, prepárate el bolsillo para pagar cifras muy diferentes a las que manejamos en nuestro día a día, y mucho ojo con el lugar que escoges, porque, aunque no hablemos de las mismas calidades, he llegado a comer un smorrebrod desde 25 coronas danesas (3 euros) a 120 (16 euros). Todo muy loco.

En el mercado de Torvehallerne, nos deleitamos con el despliegue inmenso de frutas y verduras, importadas muchas de ellas, sí, pero también haciendo uso de sus propios recursos. Al igual que en otros países escandinavos, los tubérculos y raíces son un buen sustento durante la temporada de frío.

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Sobre el desperdicio de alimentos, Dinamarca se ha convertido en un ejemplo para Europa, a través de iniciativas como las tiendas WeFood, uno de los lugares donde se pueden encontrar a buen precio todo aquello que los supermercados no han podido vender.

Se habla ahora de la nueva cocina danesa, det ny nordiske kokken, que ha tenido un fuerte impulso en los últimos años, basada en la utilización de sus propios productos locales y naturales, al tiempo que adapta técnicas más antiguas, como el marinado, ahumado y salazón. Productos como la colza, la avena, el queso y las variedades más antiguas de manzanas y peras se están preparando actualmente con más atención para salvaguardar sus sabores naturales.

Se trabaja además con la conciencia del producto ecológico (es el mayor país consumidor de productos ecológicos). Pero no deja de ser chocante que coexista la producción ecológica integrada en la sociedad de consumo, y al mismo tiempo las macrogranjas de cerdos, todo en un mismo país.

En cuanto a sititos remarcables para comer en la calle, tenemos el Meatpacking District, The Brown y The White de 1878 y 1934, respectivamente. Lo que alguna vez fue una parte industrial y arenosa de la ciudad, se ha vuelto popular y de moda gracias a su ubicación central y su amplia oferta cultural, incluida una animada vida nocturna.

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Reffen es un street food ecológico que ocupa una extensión importante junto al puerto. Combina puestos de comida, talleres creativos y experiencias culturales, y si además llegas por casualidad en pleno atardecer, con un Dj de fondo amenizando, mientras bebes cervezotas (a 8 euros, eso sí), ni tan mal. Broens gadekØkken es otra propuesta de Street food, pero a mi juicio menos atractivo. Sobre Christiania tengo sensaciones encontradas, buenas intenciones y coherencia, manchadas de interés mercantilista de unos pocos.

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Incluso sin montañas espectaculares, este país te permite sentir, experimentar momentos muy locos y geniales, y desde luego tu retina no quedará impasible. Me quedo con los colores, con las miradas de tantísimos desconocidos que me transmitían intimidad y erotismo al caminar, y también con sus ventanas desnudas, placer confesable del que me considero adicta, observar la cotidianeidad gracias a esa costumbre tan europea de no utilizar persianas ni cortinas.

Estar del lado de la calma, o sencillamente no decir nada y contemplar, mientras esperamos que nos traigan unos cafés de filtro.

Me llevo una gratitud enorme de las personas con las que he podido charlar, como aquel vikingo de Lønstrup que nos abrió las puertas de su casa frente a los acantilados del norte, o ese grupo de intelectuales noruegos que habían sido invitados al 80 cumpleaños de su amiga danesa, en una antigua casa donde también nosotros nos alojábamos, en algún lugar de Ribe, junto al mar del Norte. Lo de los escandinavos es otro nivel.

Estamos avanzando a una velocidad de vértigo, y es en lugares como éstos donde te das cuenta. Es viajar a un futuro cercano, observando las tendencias políticas, sociales y medioambientales (avanzadas y contradictorias) que comienzan a imperar aquí y que allí ya están instauradas.

En el aeropuerto esperando para facturar, observaba fascinada la cola de daneses que iba por delante de mí, y era inevitable sonreír, imaginaba sus experiencias vividas, y aunque quizás buena parte de ellas esté idealizada por ese afán mío de colorear la vida, creo que no me equivoco al decir que una vieja con botas de montaña, mochila cargada a la espalda y rostro lleno de sabias arrugas, me inspira confianza para el futuro.

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