Sólo por revolcarme en la frivolidad. Ayer fui testigo oyente de la merienda -especialidad de la casa- de una cafetería: batido de helado, con donut encima, nata montada y galletitas troceadas en la siguiente capa, adornando. Tras el impacto, pensé dos cosas: qué cansada me siento ya, a estas alturas de junio… pero también, pensé en hacer el bien de alguna manera, y escribir mi propuesta personal de merienda en este blog. A lo mejor no cambio mucho el mundo, tal y como están las cosas, pero al menos me gano un punto para mi karma personal, que andamos siempre escasos de méritos.
El símil sería el siguiente: cuando empiezas a ver la cima a lo lejos, después de horas venciendo un desnivel sin tregua, te invade una motivación que no te explicas, y con la que no contabas. Y sin saber muy bien cómo, llegas al final del camino. Pues esto es igual, todo el año trabajando y empleando cada neurona en intentar mejorar la vida de la gente (a través de su estilo de vida), conlleva un cierto desgaste (hercúleo), e incluso me atrevería a decir desconcierto. Cambiar hábitos es algo así como trabajar para conseguir la utopía de Tomás Moro de su isla perfecta, pero con concesiones, y a ver hasta dónde llegamos. Mi visión de la nutrición como especialidad sanitaria, trasciende el mundanal ruido de las franquicias adelgazantes, y se acerca al concepto de escuela. Es el alimento, y lo que hagamos con él, lo que condicionará nuestra supervivencia como individuos y como especie. Y para entender esto, debemos empezar por trabajar la base, fomentar la educación nutricional como parte de nuestro día a día. Quizás entonces podamos sentirnos más identificados con ese cambio que tanto esfuerzo nos supone.
Para hacerme la vida más bonita entre tanta verborrea pedagógica… hago uso de una realidad paralela (temporal…), impregnándome de mis placeres mundanos más poderosos, y por lo general, no suelen fallar. Llegado a este punto de mi vida, considero esencial la práctica del hedonismo por el hedonismo; tal cual, sin plantearme explicaciones más trascendentales.
Así que, mientras el potente aroma de las galletas horneándose comenzaba a inundar mi casa, yo me dedicaba a poner mapas enormes sobre la mesa, buscando pueblos, montañas y gastronomía en estado puro de los viajes inminentes que están por llegar. La felicidad estival se asoma con gozo y nervio, tan sólo habiendo olisqueado los delirios que esconde la gastronomía siciliana, pierdo el sueño imaginando tales placeres. En este preciso instante, doy mi vida por sentarme a la mesa (a lo Montalbano), frente a una buena caponata siciliana, una burrata con su aceitito de oliva por encima, y un Mediterráneo acariciándome. El tiempo se detiene, y las miserias desaparecen en ese instante.
Por cambiar el tercio. La receta de galletas que planteo en este post, tiene un aroma a Marrakech. Y no precisamente por su arraigo cultural, sino por la mezcla de especias que encontré en la recóndita Medina, después de haber deambulado por infinitos recovecos, sin rumbo, dejándome llevar por la belleza de lo desconocido. Una vez más, experiencias estéticas anegaron mi retina, irremediablemente. Dimos con un puesto de pastelillos de miel, que
me recordaron al sabor potente de los pestiños, y no pude resistirme. 45 épices melangées, se llama la mezcla de especias que me recomendó el bereber: canela, clavo, cardamomo, jengibre y nuez moscada. El resto hasta llegar a 45, forma parte de la verborrea de mercado, o yo al menos no sé darle otra explicación.
Ya que me pongo, hice otra tanda de galletas de cacahuete, esta receta la dejé publicada aquí. Y con esto, merienda conseguida para varios días. Aproveché (esto tampoco es necesario) e hice pan integral para el resto de la semana. Pero antes de que ya me salgan las críticas de “yo no tengo tiempo para pasarme una tarde entera cocinando”, alegaré que el tiempo requerido para hacer estrictamente las galletas de zanahoria, no supera los 45 minutos. Ya que cada uno elija libremente qué hacer con su tiempo (y su salud).
Procedo:
Galletas de zanahoria y avena:
Ingredientes:
- 3-4 zanahorias grandes y ralladas en el momento
- 1 vaso de copos de avena integral
- 1 vaso de harina integral (trigo espelta...)
- 1 huevo campero o ecológico
- 1/3 del vaso de aceite de oliva virgen extra
- 1/2 sobre de levadura
- 1 cucharada sopera de mezcla de especias en polvo: canela, clavo, cardamomo, nuez moscada, jengibre
- Esto transfiere un sabor dulce natural, pero si quieres, puedes añadir una cucharada sopera de azúcar de caña integral (panela), o un poquito de Stevia pura (mín. 97% glucósidos de esteviol).
Elaboración:
Batir el huevo y el aceite. Añadir el resto de ingredientes y mezclar muy bien con la ayuda de una espátula o cuchara. Dejar reposar 15 minutos a temperatura ambiente, para que la levadura empiece a hacer su efecto. Mientras tanto, precalentar el horno a 180 grados.
Sobre una bandeja de horno, poner papel vegetal, y colocar con una cuchara sopera, pequeños montoncitos de la masa preparada. Dejar una distancia suficiente para que no se peguen (bastarán 2 dedos entre una y otra). Hornear durante 15-20 minutos a 200 grados (ir observando el proceso, y si ves que se doran antes, sácalas en ese momento, aunque no haya llegado al tiempo indicado. Varía mucho según el horno.
Una vez horneadas, dejar sobre una rejilla enfriar y luego conservar en un bote de cristal cerrado (más o menos 4-5 días).