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Domingo, 25 Septiembre 2022 16:44

Pastel de higo y frutos secos (Ottolengui inspired)

Me regaló mi amiga Maribel unos higos de la higuera granadina de su madre, y desde entonces, mi cabeza andaba dando vueltas a una receta como ésta. Quería algo que al comerlo me transportara a la cocina de Oriente Medio por la que siento auténtico fervor, y sobre la que escribo en este blog siempre que tengo oportunidad (el arte de parar el tiempo). Hasta ese momento estaba devorándolos en ensalada (mezclados con queso azul, por ejemplo un Stilton), troceado en un yogur con semillas, o sencillamente a bocados, y apurando los últimos que me quedaban, hice este pastel. 

Siempre hay una buena razón para cocinar, pero la de encontrarse con amigos para pasar un sábado de intercambios gastrosóficos en su casa, me llamaba a gritos. Son esos momentos que esperas felizmente durante toda la semana porque intuyes. Hubo algunas cositas más que cociné para este encuentro, de las que hablaré en otro post con receta por delante. 

Esta fruta mediterránea es una suerte de placer efímero que releva a las brevas en el calendario, y que nos acompaña durante escasas semanas. Los hay verde, azulados y negros, quizás los primeros destaquen por ser más jugosos y dulces, pero a nivel nutricional todos comparten las mismas propiedades.

Son ricos en azúcares, eso quizás sea algo que aleje a muchas personas de su consumo, confundiendo y comparando bajo el mismo patrón el azúcar natural de la fruta, con el azúcar de productos alimentarios industriales. Y no, no debemos hacerlo. Ese azúcar por ejemplo, sirve para aportar el dulce a un pastel como éste sin necesidad de otras fuentes azucaradas refinadas. Añadir algún dátil además confiere cremosidad y aporta el broche final del dulce natural que comento.  

Su aporte de fibra y agua le hace al mismo tiempo un alimento muy saciante y ayuda a equilibrar el tránsito intestinal. Ésta es una receta por cierto vegetariana, sin gluten y sin lactosa.

El resultado es un pastel no excesivamente dulce (yo al menos lo agradezco), donde se aprecian diferentes texturas, cremosas (por el higo y el dátil horneados), crujientes (de las diferentes semillas) y evoca a esos dulces de Oriente Medio de Ottolenghi desde mi más sincera humildad y devoción a ese cocinero. 

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Paola, Jose y Carlota habían cocinado además un paté de calabaza y tahini, un pastel hojaldrado de espinaca honrando nuevamente a nuestro Otto, y en la mesa nos esperaba una tabla de quesos decorada de tal manera, que cualquier fotografía ofendía la realidad. 

 

Vamos con la receta:   

INGREDIENTES

  • 400g higos frescos (no deshidratados)
  • 4 huevos camperos o ecológicos
  • 100 ml aceite de oliva virgen extra
  • 4-5 dátiles Medjool
  • 90g almendras y anacardos (crudos sin sal)
  • 200g harina de arroz
  • 1 cucharadita de bicarbonato (en su lugar, levadura)
  • Semillas de chía y amapola

ELABORACIÓN

Pica en un procesador de alimentos la mitad de los higos, dátiles y frutos secos (resérvate unos cuantos para decorar), pero no llegar a molerlo hasta polvo, sino en trocitos muy pequeños. 

A continuación añade los huevos y el aceite de oliva, y vuelve a batir. Por último, incorpora la harina de arroz y el bicarbonato, y mezcla todo muy bien, hasta conseguir una pasta homogénea. 

Precalienta el horno a 180 grados.

Engrasa un molde con aceite de oliva (yo escogí uno cerámico, que funciona fenomenal) y verter sobre él la mitad de la crema. Posteriormente añade gajos de higos troceados y bien repartidos a lo largo del pastel. Vierte el resto de la crema y por último, añade los trozos de higos que te queden. 

Pon unas almendras por encima bien repartidas y espolvorea semillas

Hornea durante unos 30 minutos a 180-200 grados (dependerá del horno que tengas). Pincha para asegurarte que sale limpio, pero te aconsejo que no lo cocines en exceso, porque se agradece la textura húmeda en este pastel. 

Bon appétit. 

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Publicado en Recetas

Creo que no hay nada que sutituya el sabor de un bizcocho casero, a mí me traslada inmediatamente a mi infancia, a todas aquellas tardes en las que mi madre nos lo preparaba a mis hermanos y a mí, porque como ya revelé en el primer post de este blog, me crié con una madre lectora de la revista Integral y defensora aférrima de la alimentación natural, rodeada de amigos hippies que me llenaban la cabeza de historias que yo no entendía, y ya de mayor, valen un tesoro.

Y claro, entre tanto Summerhill y pedagogía libre, también tuve la suerte de poder practicar la alquimia de bizcochos chamuscados desde muy enana, probablemente no tendría más de seis o siete años cuando hice el primero. Aquello fue un desastre, pero no se me olvida, fueron muchos los bizcochos que quemé, y siempre recuerdo un "Pues a mí me parece que ha quedado la mar de rico Estrella" , y eso siempre me animaba. 

Esta receta que traigo hoy es bien sencilla para hacer una tarde tranquilamente en casa, imagínate que hay una pandemia y no puedes salir de casa en un mes, pues eso.

También puede servir como taller para los más pequeños y que empiecen a participar en la elaboración de la comida familiar. Si quieres simplificarlo aún más, podrías saltarte el paso de añadir los gajos de manzana y el sirope, y hacer únicamente el bizcocho. Igualmente resulta un sabor delicioso y suave. 

Es un ejemplo de los muchos que doy en consulta a mis pacientes, para iniciarte en la disminución del consumo de azúcar, progresivamente. Debes tener en cuenta que el sabor no es extremadamente dulce, el azúcar que contiene es el naturalmente presente en el dátil y la manzana. Precisamente por eso he hecho la adaptación del sirope, para aquellos paladares que estén todavía muy sometidos al yugo del azúcar, y demanden una descarga potente de dulce. Poco a poco, el paladar es entrenable, y podemos acostumbrarnos al sabor natural de los alimentos. Pero tenemos que intentarlo, y también me estoy refiriendo a los más pequeños, los niños, por ser niños, no necesitan ingerir esa barbaridad de azúcar en forma de galletas de animalitos, yogures bebidos o ketchup. Precisamente los niños, que son una fuente de aprendizaje y flexibilidad, deben conocer desde el inicio de su alimentación los sabores naturales, si de verdad fuéramos conscientes de lo que supone añadir Cola Cao a la leche bajo el mantra "pobrecillo, que si no así la leche está muy sosa", por citar un ejemplo...

Te propongo un pequeño reto, te animo a que si le pones azúcar al café o té, reduzcas cada día un poquito la cantidad durante varias semanas, hasta que un día, no le añadas nada. Además, antes de añadirle el azúcar, prueba el primer sorbo de ese café o té sin nada, aunque te resulte amargo, pero de esta manera vas exponiendo al paladar (y al hipotálamao) a ese sabor inicialmente amargo, que un día, sin darte cuenta, no necesitarás camuflar más, porque lo disfrutarás. Y cuando disfrutas del sabor amargo... has subido a la primera división....

Una pastelería en Tokio (Naomi Kawase, 2015) supone una sensibilidad que me dejó perpleja en estos días raros, una reflexión poética al ritmo de dorayakis con anko (unas tortitas rellenas de una pasta dulce de judías), donde la delicadeza y la calma son las únicas herramientas posibles, para todo. Es probablemente uno de los grandes descubrimientos en estos últimos días. 

"Intentamos llevar una vida intachable, pero a veces estamos sometidos a la incomprensión del mundo. Y hay ocasiones en las que tenemos que usar nuestro ingenio. Estoy segura de que algún día tendrá una idea digna de usted, y creará un dorayaki a su medida. Confíe en sí mismo, y siga su propio camino".

Vayamos al bizcocho.

 

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Bizcocho de manzana y canela

Ingredientes

  • 200g harina integral (trigo, espelta o mezcla)
  • 1 sobre de levadura
  • 4 huevos camperos o ecológicos
  • 120g dátiles naturales sin hueso
  • 2 manzanas Golden grandes 
  • 2 yogures enteros naturales
  • 100ml aceite de oliva virgen extra
  • 1 limón
  • Canela molida

Para el sirope (opcional)

  • 1 cucharada sopera de panela (en su defecto, la que tengas en casa)
  • 1 chorreón de brandy, ponche o ron
  • 1 chorreón de zumo de limón

Elaboración:

Triturar en un procesador de alimentos los dátiles hasta conseguir una pasta. Si no tienes procesador, entonces córtalos en trozos pequeños y lo bates con la batidora cuando lo mezcles con el resto de ingredientes. 

En un bol, batir con una varilla los huevos, el aceite y los dos yogures. En un vaso de batidora, triturar una manzana previamente pelada, e incorporar a la mezcla anterior. Añadir la pasta de dátiles (o los dátiles troceados, si no tuvieras procesador), el zumo de medio limón, más la ralladura y mezlar bien. 

Mientras tanto, pelar la otra manzana e ir haciendo gajos finos con un cuchillo. Maceración de la manzana: Echar en un bol un chorreoncito de brandy, un chorreón de la otra mitad de limón, 1 cucharada sopera de azúcar y 3 cucharadas de agua, dando unas vueltas para que se impregne bien. Reservar.

En el bol donde teníamos la mezcla líquida, incorporar ahora la harina junto con la levadura y la canela molida, y batir con la batidora hasta que espume. 

Precalentar el horno a 180 grados. 

Engrasar un molde de vidrio con aceite de oliva y verter la mezcla. Inmediatamente colocar los gajos de manzana macerados formando un círculo sobre la masa. IMPORTANTE: No deseches el sirope sobrante de haber macerado las manzanas y resérvalo.

Hornear a 200 grados durante 40 minutos. Pasado ese tiempo, abrir rápidamente el horno, añadir ahora el sirope que habíamos reservado por encima, con la ayuda de un pincel o cuchara e su defecto, e ir salpicando el bizcocho con destreza, para tardar el mínimo tiempo posible. Meter de nuevo al horno y cocinar 10-15 minutos más (pinchar con un tenedor y asegúrate de que sale limpio). 

NOTA: Al añadir el sirope casero, el bizcocho saldrá mucho muy jugoso, "emborrachado", y más dulce. Este paso es opcional. Si prefieres hacer un bizcocho sin azúcar añadido, entonces obvia este paso y coloca las manzanas directamente sobre la masa antes de hornear, sin macerarlas.

 

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Otra tarde más de mi particular encierro. 

 

 

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