“Me he puesto a dieta porque quiero perder unos kilitos… y la nutricionista me ha dicho que coma el pan éste para ir al baño y deje de tomar zumo por la mañana, con lo que a mí me gusta mi mollete con jamón york y mi zumito de piña en el bar de mi trabajo, yo no sé qué habrá de malo en eso… peor es la manteca colorá…”.
Hablar de azúcar y productos refinados en la actualidad no es ninguna novedad. Desde hace algún tiempo, estamos relativamente habituados a escuchar que es mejor el pan integral que el blanco, que hay que evitar el azúcar en el café y por supuesto, los zumos envasados y refrescos. Pero, ¿sabemos realmente por qué? ¿Tiene alguna base todo esto? ¿Sólo es necesario cuando queremos ponernos a dieta?
Las nuevas directrices de la OMS sobre la ingesta de azúcar son claras: tanto la población adulta como infantil deben reducir su consumo diario de azúcares a un máximo del 10% de su gasto energético total (GET), basándose en las últimas investigaciones al respecto: los adultos que consumen menos azúcares pesan menos, y el aumento de la cantidad de azúcares en la dieta está asociado a un aumento comparable del peso corporal. (WHO Guideline 2015: Sugars intake for adults and children). Pero la OMS va más allá, y sube su apuesta a un 5% de aquí a unos años que nos hayamos quitado el susto del 10%, explicando que podría producir beneficios adicionales para la salud.
Atendiendo a las recomendaciones de la OMS, tomemos como referencia una persona cuyas necesidades energéticas totales diarias sean de 1800 Kcal; en este caso, un 10% del gasto energético total en azúcar, se traduce en unos 45 g de azúcar al día para esa persona.
Vayamos ahora a ejemplos claros en nuestra cesta de la compra: una sola lata de cola o zumo con leche contienen 35 g de azúcares, y un 1 flan 22 g. Si a esto le sumamos el resto de alimentos que a su vez contienen azúcar, y que incluimos en nuestra alimentación diaria… seamos honestos con nosotros mismos, y saquemos nuestras propias conclusiones al respecto.
¿Dieta saludable porque creemos que hacemos bien los deberes quitando fritos y salsas y compramos alimentos 0%? ¿0% qué? Nuestra compra saludable no siempre está basada en alimentos interesantes... Por ello, el objetivo de esta entrada que dividiré en esta publicación y una próxima donde profundizaré sobre el concepto de producto integral y los cereales de desayuno, es explicar y dar herramientas sencillas para optimizar nuestra elección en el supermercado:
¿A qué nos referimos con azúcares añadidos? Todo azúcar utilizado en la fabricación de productos alimenticios, caseros o industriales. Son azúcares sencillos de absorción rápida. Ni más ni menos que al azúcar (y azúcar moreno) del azucarero, monosacáridos y disacáridos añadidos a los alimentos, azúcares presentes en la miel, jarabes, zumos de fruta y concentrados de zumo de fruta.
¿A qué no nos referimos? A los azúcares presentes de forma natural en las frutas (fructosa y sacarosa), verduras frescas, cereales integrales, patatas y legumbres (almidones) y lácteos (lactosa). No hay pruebas de que los azúcares contenidos de manera natural en estos alimentos tengan efectos adversos para la salud, por tanto, quedan excluidos de la lista negra.
Nuestro organismo digiere todos estos azúcares para poderlos absorber, convirtiéndolos en el combustible por excelencia: la glucosa. La diferencia entre unos azúcares y otros está en el tiempo que tardan en ser utilizados por el organismo.
Ahora bien, en el etiquetado nutricional, al desglosar los hidratos de carbono en azúcares, no se contempla información sobre la cantidad de azúcares añadidos, es decir, no distingue el azúcar de la leche, de una manzana o de un refresco, únicamente, el total de azúcares de ese producto, haciendo aun más complicado para el consumidor distinguir entre un alimento más recomendable que otro.
Por tanto… ¿dónde se encuentran esos temidos azúcares añadidos? Además de la bollería, chocolatería y chucherías (lo que se ha pensado tradicionalmente que son azúcares), se encuentran en: mermeladas, refrescos, zumos envasados y aguas con sabores (lo que faltaba ya), postres lácteos, cereales de desayuno, barritas de cereales, salsas (incluido el tomate frito), panes envasados (molde, hamburguesas, biscotes, panes de ajo y perejil…), aperitivos de bolsa (patatas fritas y su gran etcétera, galletitas saladas, frutos secos con “miel”...), y cómo no, cualquier alimento procesado en cuya etiqueta se enorgullezcan al decir “muy bajo en grasa o 0% MG” al quitar la grasa (o incluso ni está presente de forma natural), lo inflan de azúcar, y asunto solucionado.
En definitiva, todo tipo de alimentos procesados por la industria alimentaria.
Al mismo tiempo, lo que debemos hacer para descubrir si un alimento lleva o no azúcares sencillos añadidos, es leer bien la lista de ingredientes, de donde se puede sacar información interesante relativa a la calidad del producto. Existen numerosos eufemismos para escribir una misma cosa: el azúcar. Y son: Jarabe de maíz, sólidos de jarabe de maíz, jarabe de maíz alto en fructosa, jarabe de malta, jarabe de arce, fructosa, fructosa líquida, miel, melaza, dextrosa anhidra, cristal dextrosa, dextrina.
El marketing nutricional es poderosamente controvertido, dentro de los márgenes de la ley es posible manejar al consumidor al antojo de la industria. Por ello, te recomiendo que nunca te dejes llevar por la parte frontal de un producto envasado, sino que le des la vuelta y revises la lista de ingredientes y el etiquetado nutricional que aparecen al dorso. La legislación al respecto dice que el etiquetado de un producto alimenticio no debería requerir una carrera universitaria, sino que debe ser legible y comprensible por parte del consumidor... Yo por si acaso, te digo más, si te es posible, elige alimentos cuya lista de ingredientes no supere una o dos líneas de texto, y además, que esos ingredientes te sean sobradamente conocidos (harina integral, agua, leche...) y no aludan a la ciencia ficción. Le evitarás a tu cuerpo una ingesta nociva cuyos efectos se traducen muy lentamente en enfermedades crónicas como la diabetes y la obesidad.
Podría decirse que el índice de obesidad mundial ya no se identifica únicamente con las temidas grasas en general (cuya propaganda ha sido en las últimas décadas deplorable), sino que empezamos a tomar conciencia del estrago que los azúcares y productos refinados hacen sobre nuestra salud y nuestro peso corporal.
Las grasas provenientes del aceite de oliva virgen extra, frutos secos, aguacate, semillas de lino, sésamo, calabaza... no sólo no son perjudiciales, sino que deberían incluirse en cualquier patrón de alimentación saludable (sea para adelgazar o no). Ocurre igual con los hidratos de carbono, que reciban una propaganda destructiva injustificada, y son el actual enemigo de cualquiera que ose adelgazar… No son los hidratos de carbono en general, señores, sino los azúcares refinados en particular, lo que debemos eliminar de nuestra alimentación. Los cereales integrales (arroz, pasta, avena, quinoa, mijo, bulgur...) y sus derivados (harina integral, pan integral 100% y no pan blanco con salvado añadido), legumbres (alubias, lentejas, garbanzos, soja, guisantes, habas..) y tubérculos deben formar parte de nuestra dieta diaria.
La conclusión de todo esto es clara: Tu cesta de la compra ha de estar compuesta en su mayoría por alimentos frescos (fundamentalmente vegetales), a ser posible locales, y el mínimo de productos envasados y etiquetados. Si a pesar de todo ello necesitas comprar productos envasados, fíjate en los ingredientes y no te dejes llevar por palabras del envase como "natural, casero, tradicional, digestivo, saludable..." pues que la industria alimentaria haya decidido denominarlo así, no quiere decir que sea más recomendable.
Y siempre que necesites asesoramiento nutricional, acude a la consulta de un Dietista-Nutricionista. Tu salud te lo agradecerá.